Solo nos cogimos de las manos manga.in


















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Título: Sólo Nos Agarramos de la Mano [En Curso]
El hilo rojo reducía la distancia entre el desconocido y yo. Mi corazón se aceleraba angustiado por la respuesta de la otra persona al ver que su bufanda se había desvanecido. Cada vez estaba más preocupado. La gran cantidad de personas que paseaba por la calle en la que me encontraba me impedía ver dónde terminaba el hilo. El cordel rojo se movía entre las personas, las cuáles miraban al hilo y hacia dónde se dirigía éste y, a continuación, me miraban a mí. Ni ellos ni yo sabíamos dónde se detendría el hilo. Mi mano izquierda lo agarraba y se lo pasaba a mi mano derecha, que lo enroscaba. Cabizbajo me dirigía a sabe Dios dónde siguiendo un hilo rojo que me conduciría a alguien que me echaría una buena reprimenda. ¿Por qué seguía el hilo? ¿Acaso era imbécil? Dudé unos instantes, pero algo me empujaba a hacerlo. Decidí disculparme rápido, sacar unos cuantos de los yenes que había cambiado en el aeropuerto y dárselo a la persona afectada.
-"Sumimasen"- me disculpé-. Si-siento haber deshecho su bufanda… pu-puedo darle unos cuantos yenes para recompensarle por los problemas que le he ocasionado y…- me detuvo.
Noté por su apariencia que el chico con el que me había topado era de clase media-alta y que seguramente, la bufanda que había reducido a un largo hilo rojo no era precisamente un trapo. Seguro que le había costado una fortuna.
Acepté. Había sido demasiado insistente y el chico al final decidió que con un café bastaba. Así conseguiría callarme. Tuve suerte de que no fuera una vieja gruñona o un señor con bastón y perro al que echarme. Cogimos unos cafés para llevar de una cafetería cercana y pusimos rumbo hacia Center Gai*.
Nota*: Center Gai es una de las calles principales del barrio de Shibuya.
El chico guardó la madeja de lana roja en una bolsa blanca y azul de papel con aparentemente unos rótulos de una tienda de cómic manga. Supuse que venía de comprar allí.
Se presentó. Se llamaba Makoto Satō. Vivía en Ginza, uno de los barrios más lujosos de Tokyo, por el que se paseaban ejecutivos trajeados y mujeres repletas de perlas y diamantes. Escupían dinero y se sonaban los mocos con billetes, como decía papá. Tenía 23 años y había terminado la carrera de Filología Inglesa en una de las Universidades privadas más caras de Japón. Había acertado de lleno, le sobraba el dinero. ¡Y yo que quería pagarle el estropicio! Sin embargo, parecía un chico modesto. Era amable, sencillo y apuesto a que sería bastante honesto.
En el camino a casa, un grupito de hombres se quedaron mirándonos unos segundos. Makoto volvió la vista atrás. Cuchicheaban sobre nosotros. Los hombres aligeraron el paso.
-Nos siguen -dijo Makoto con un gesto muy serio y sacó el ovillo de lana de la bolsa de cómics.